sábado, 17 de diciembre de 2011

La sombra del viento- Carlos Ruiz Zafón


 

¿Quién dice que un best seller no es un gran libro? Todo comenzó por una recomendación que me hicieron hace ya varios meses. Por supuesto, el consejo vino de una persona a quien respeto como lectora.
Por diferentes cuestiones, empecé el libro apenas el domingo pasado y lo terminé en la madrugada de hoy. A medida que las palabras me acariciaban y me desgarraban, pensaba que esto tendría que aparecer publicado en Yeiba!. Tenía que hablar sobre Daniel Sempere -el protagonista de la obra- como si fuera mi gran amigo, porque a lo largo de las más de 550 cuartillas que devoré, Daniel y yo nos hicimos amigos.

La novela empieza cuando el padre de Daniel lo lleva al Cementerio de los libros olvidados. Aquel día, Daniel era apenas un niño y había olvidado el rostro de su madre muerta. Aquella visita marca el verdadero inicio de la vida de Sempere, en particular el momento en el que extrae del Cementerio el libro La Sombra del Viento, cuyo autor está rodeado de una atmósfera misteriosa y enigmática, que el niño intentará descifrar.
La novela tiene lugar en la España de la posguerra. Por ende, la convergencia de ficción y realidad contribuye a la afinidad y credibilidad que al lector -en este caso, su servidora- sirve para adentrarse más en la trama hasta sentirse parte de ella.

Para el lector verdaderamente atrapado, las páginas transcurren como agua que se introduce rápidamente, pero cuyo efecto hidrata al cuerpo y lo mantiene vivo. Así, las frases que Ruiz Zafón construyó penetran los poros y la mente con rapidez, pero el eco de sus palabras permanece e invita al lector a la reflexión sobre lo que lee.

Para una sociedad a la que cada vez cuesta más trabajo sorprender, este libro está colmado de sorpresas. No cabe duda que la imaginación del lector es la mejor aliada del autor, porque la intriga y el suspenso que predominan, logra arrancar buenos sustos. Así las cosas, nos volvemos sombras de la historia que leemos, aliados en la encrucijada que Daniel tardará años en resolver.
Cerca del final yo también sentía que me pesaban los años. Era como si, así como transcurre el tiempo en la novela, durante los cinco días en que lo leí, existiera una extraña equivalencia entre mi tiempo y el de Julián Carax, y el de Daniel Sempere, y el de Nuria Monfort, y el de Fermín Romero de Torres. Y después, con el desenlace, volví a tener los años que tengo, se me quitó esa carga efímera, pero me regaló la experiencia que las lágrimas derramadas por un gran libro conceden, me regaló esperanza y tormenta, empatía y dolor.

Charbelí Ramos Chávez

0 comentarios: