Miro al pasado, a aquel primer día sin Lourditas y me recuerdo como en un limbo, entre la asimilación y la incredulidad. Recuerdo a mi hermano, a mi tía, a mi primo. Luego, en la funeraria, me veo envuelta por el abrazo de mi cuñado, pero es como si no fuera yo. En mi memoria me encuentro de vuelta en mi cama, ya bien entrada la madrugada, llorando desesperada y ahogando mis gritos de desesperación en la almohada. En aquel entonces se me atravesaban muchos pensamientos: "¿Y si hubiéramos ido antes al hospital? ¿Y si le hubiéramos llamado al cardiólogo y no al neumólogo?" Los "y si hubiéramos" son atentados contra la conciencia.
En retrospectiva, me siento muy agradecida de los meses de pandemia en que estuve todo el tiempo con mi mamá. Estoy agradecida con que su muerte fuera rápida, con que muriera como quería: acompañada de sus hijos. Sé, por lo que me han dicho otras personas que platicaban con ella y por lo que yo misma percibía, que estaba cansada, así que por lo menos se fue cuando lo decidió.
Creo que había pasado un mes cuando alguien me dijo, después de hacerme un estudio, que mi cuerpo decía que no estaba tan triste. En su momento me ofendí. Tuve que luchar conmigo para no salir de ahí corriendo. Pero ahora me doy cuenta de que, si bien estaba triste, por supuesto, la tristeza aquella no venía acompañada de vacío.
Y que no haya vacío es también algo que tengo que agradecerle a Lourditas, pues su amor es todavía tan grande que no siento un hueco. Será imposible sentirlo, sería casi una ofensa a quien fue, a todo lo que hizo por nosotros, que lo sintiera. Me siento privilegiada por la coincidencia genética de que sea mi mamá. A veces me siento indigna de ella, de su entrega, de su esfuerzo, de su transparencia. A veces no sé cómo afrontar la vida sin ella, pero de inmediato viene a mi mente algún recuerdo. Mi mamá me dejó llena de ella.
Sí, tengo que reconfigurarme. Sí, tengo también que reconocerme así, sin ella, aunque estoy convencida de que ha cambiado de traje y se ha vuelto una con el universo. A lo mejor me sigue tocando como el viento frío. A lo mejor viaja en la luz que percibo con los ojos.
Han pasado estos meses y me gustaría volver a platicar con ella. A veces me pongo los audios de WhatsApp donde me pide que compre alguna cosa, solo para escuchar su voz. La extraño, por supuesto, desde los niveles más mundanos y egoístas, hasta los más profundos.
Hace un año, mi mamá y yo estábamos emocionadas por nuestro viaje a Chicago. Pasaríamos juntas el 24 de diciembre, que a ninguna de las dos nos emocionaba particularmente. Recuerdo que llegamos y abordamos el metro en lugar de pedir un Uber. Recuerdo que pensé "mi mamá se siente aventurera", pero luego nos bajamos mal y tuvimos que caminar media hora con las maletas: no regresamos al metro.
La pasé muy divertida con ella. Me reí muchísimo con ella. Me inspiraba tanta admiración como ternura, y cuando peleábamos la incertidumbre y la intranquilidad se apoderaban de mí y me hacían un manojo de nervios.
A veces todavía creo que me va a llamar para pedirme que le compre un Gansito o para contarme cómo iba en sus clases, pero no, se ha ido, y no volveré a verla sino hasta que yo cumpla mi ciclo y me reúna con ella en el universo. Pero la siento aquí, conmigo, y esa sensación me recuerda que ella quería lo mejor para nosotros, a veces a costa de ella misma. Le debo la felicidad tal como me la debo a mí misma y de lo único que me arrepiento es no haberle dicho lo feliz que fui aquellos meses de pandemia con ella.
Te extraño y te amo, Lourditas, ya nos volveremos a ver.
3 comentarios:
Hace poco estuve pensando precisamente en esto: reflotar mi viejo blog. Leerte es inspirador Charb. Gracias por acercarme al recuerdo de Lourdes. Para algunas cosas estábamos en orillas diferentes, me quedo con las que supimos compartir, con su solidaridad, su amistad y también con su fe en mi. Su risa espontánea resonará por mucho tiempo en mi corazón.
Yo también pongo los audios del Whats, de las conversaciones que tenía con ella. La extraño mucho. Saludos y un abrazo muy fuerte.
Extraordinario ser humano, exigente y divertida, emprendedora, culta a más no poder y al mismo tiempo sagaz y capaz de disfrutar cada instante de la vida, todo eso reunía. Me encantaba su capacidad de explosión, o de risa por una buena puntada, o de ira ante una injusticia, podía ser ambos extremos. Pero siempre pensante, y al final siempre prudente y comprensiva. Le llamé una noche antes de que nos dejara y la sentí cansada, eso es, muy cansada, de hecho cada día estaba más cansada, ahora sé que de tanta intensidad. Creo que ya no podía, y sin embargo seguía y seguía, como sigue ahora entre nosotros con su ejemplo. Lourditas, nunca te olvido, lo sabes.
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