domingo, 23 de marzo de 2008

Boogie man

No hay alguien culpable de mi amargura. Si acaso yo misma. He repasado el momento en que la felicidad se esfumó y llegó el sinsabor a sustituir los sentimientos de esperanza que iluminaban mi corazón. Primero era natural: si las mujeres tardan en superarlo a los 40 años, ¿quién podía culparme si me tardaba en superarlo a los 20?

Lo viví dramáticamente, como si se me hubiera muerto alguien. Lo que se me murió en realidad fue el futuro. Ése que planeé con tanto detalle, acompañada de aquél a quien, muy tempranamente, le otorgué el título del amor de mi vida.

Pero era un futuro inexistente, como es el futuro en realidad. Mi futuro frustrado estaba basado en el pasado, en los recuerdos y en mi propia imaginación. Entonces extrañé el pretérito derrumbado y arcaico, imposible de conjugarse. Quise olvidarlo y quemé las pruebas de que había existido, pero no pude tostarme la memoria.

Amargura pura, insensibilidad a cualquier cosa que no tenga que ver conmigo, Soy ahora una completamente distinta a la que era antes de ese momento en que perdí todo… esta coraza es ahora mi columna vertebral. Ya no soy quien era antes, y dudo mucho que alguien me recuerde como solía ser en la prepa, o en la secundaria.

Hasta a mí me suena absurdo, pero es como haber hecho un voto eterno. De vez en cuando esta amargura que me embarga se queda dormida y da paso a la melancolía de la esperanza inútil. A la añoranza de un abrazo que no he vuelto a sentir y que a veces viene a mí en sueños. Después se despierta y el golpe es más duro porque me recuerda que lo que nos pasó no fue una simple separación, sino la burla completa de mis sentimientos y la utilización descarada de mi amor.

Así que hay que volver a desenamorarse. Regresar a la postura del orgullo que no puedo dejar. A mantener alerta los sentidos y el raciocinio para que las buenas memorias no me hagan caer en la trampa otra vez -aunque hay veces que me dejo llevar, como en enero que dejé que mi cerebro transmitiera una serie onírica de tres semanas de duración-.

Ya pasaron dos años y la lucha es tan inclemente como el primer día. ¿Se acabará?