jueves, 30 de abril de 2009

El mes sentimental

Sí. Soy una persona muy versátil (ja). Por eso, he decido que éste sea el mes del sentimentalismo. ¿Cómo lo haré? Cada post contendrá una narración sobre la gente que es importante en mi vida.

Quizá esto resulte ser muy cursi, pero hoy mientras me sentía convaleciente reflexioné sobre cómo uno no le dice a la gente que la quiere, a menos que sea una ocasión especial. O al menos yo no lo hago muy seguido.

Así que, lector, gracias por permanecer. Si te sientes empalagado de tanta miel, entonces te pido que retomes el blog en mayo.

Podrás leer las entradas abajo de ésta.

Atentamente,
La autora

Shelpa

Creo que el principio básico para la amistad es que alguien te caiga bien. A veces el principio se rompe, porque hay primeras impresiones incorrectas en donde alguien puede resultar desagradable, pero después, al conocerlo(a), uno se da cuenta de que su percepción estaba equivocada. También puede pasar en sentido contrario, pero eso no incumbe a este mes del sentimentalismo.

A mí Maricela me cae bien. En principio y dejando de lado todo lo demás. Me cae bien. Nos conocimos -como bien lo mencionó ella- en un cumpleaños de Link. Creo que Link es el término acertado de este amigo nuestro, porque justo sirvió como vínculo para que ella y yo nos conociéramos. No nos hicimos amigas desde el principio (hay una gran distinción y un camino que recorrer entre "me cae bien" y "la considero mi amiga"). De hecho sucedió casi un año después. De nueva cuenta, Link nos invitó a su casa en Cuernavaca. No me acuerdo si fuimos dos o tres días, creo que tres, y ella estaba en el comité que acudió. Me cayó mejor todavía. Además de Link y de mí, estaba lo suficientemente loca como para aguantar el chorro helado que caía como consecuencia de la lluvia con granizo. Y luego nos invitó a su fiesta de cumpleaños. No pude ir, pero nos agregamos a messenger y ahí fue donde la transición comenzó. Un buen día quedamos en tomar café las dos solas, y ahí fue cuando todo se consolidó. Conversar con ella es muy divertido. De entrada me llamó la atención que se refiere a sí misma en tercera persona: "y yo pensé 'Ay Maricela, ¿qué estás haciendo?'", y me parece interesante porque eso tendría que significar que alguien es capaz de salirse de sí mismo y verse en perspectiva, outside the box.

Hablar con ella me cae bien (no sólo es que ella me caiga bien, sino que me cae bien hablar con ella... no es lo mismo aunque parezca). Es siempre refrescante conversar con alguien que se siente completamente honesto con uno. Le agradezco muchísimo la confianza que ha depositado, y más el hecho de que el vínculo ahora existe por nosotras mismas.

Hace poco escribió en su blog una entrada sobre mí. Creo que salvo ella y Chrys, nadie más me ha dirigido palabras exclusivas. Las guardo en mi corazón con muchísimo orgullo y agradecimiento, porque siempre es bueno saber cómo nos ven los demás y las palabras también son testimonio del tiempo dedicado.

También creo que es el mejor ejemplo que puedo encontrar de que las cosas que se hacen por gusto, resultan siempre bien. La señorita edita una revista electrónica, Yeiba!, para la que ocasionalmente colaboro, en la que se encarga de coordinar los contenidos de todas las secciones, de hacer que sus colaboradores se sientan bien. Verdaderamente se preocupa porque todo salga bien. Tanto, que en pocos meses ha logrado aumentar el número de hits y el compromiso de quienes la forman. A mí no me lo cuentan. Yo lo he visto y sé que es SU bebé. All pro-bono. No sé qué me admira, si ella emprende y tiene iniciativa, y eso le va a dar alas para volar por encima de todos los demás.

Tiene la mitad del corazón en su lugar y el otro pende de un hilo. Pero es fuerte. Fuerte como nadie más. Se aguanta. Procura ser feliz con lo que tiene, pero sin conformarse. ¿Cómo encuentras los puntos medios? De verdad me lo pregunto y quisiera obtener una respuesta. ¿Cómo le haces para que esas cosas no te tiren? ¿Para ir remendando el corazón con tal maestría que parezca que no hay cicatrices?

Nuestra amistad está en pañales. Es decir, tiene relativamente poco tiempo de existir. Pero quiero que sepa que me llena de orgullo ser su amiga, y me honra el concepto que tiene de mí. Es una persona tan real con fantasías fuera de este mundo. Me cae bien que me las cuente. Me gusta imaginar con ella.

viernes, 24 de abril de 2009

De metamorfosis y mariposas

Nunca había conocido a alguien que sintiera tal pasión por las mariposas y que además se pareciera tanto a ellas. Sus ojos rasgados son como las alas y su nariz es el punto de encuentro de esas alas. Parece que tiene un antifaz en el rostro. A veces sí. Es especialista en callarse las cosas, pero al mismo tiempo es tan transparente que uno de inmediato se da cuenta de que le sucede algo. Fluctúa entre ser oruga y convertirse en mariposa una y otra vez. Todo depende de su estado de ánimo y de la estación del año.

No me tocó verla, pero sé que la época en la que fue más mariposa que nunca sucedió cuando se fue de intercambio. Algo pasó mientras estaba allá porque, aún por skype, su voz se escuchaba más alegre.

Y después regresó. Parecía confundida por este "nuevo mundo" que había dejado atrás por seis meses. Era como si algo aquí le cortara las alas y le impidiera ser ella, en ese rol de mariposa. Y sin embargo con el tiempo lo ha logrado. Con el tiempo ha podido sobreponerse a esta ciudad, ha vencido, y la mariposa permanece como mariposa por más tiempo, y deja de ser oruga.

Es difícil conocerla. Pero dicen que lo mejor es lo que cuesta trabajo, y yo estoy de acuerdo con eso. Ella es el ejemplo perfecto. Después de épocas en las que parecía que la amistad se desvanecía, hemos remontado como solamente seres con alas pueden hacer. Ella tiene alas en el cuerpo, yo tengo alas en la imaginación. Al menos, cuando quiera escaparse, podré hacer uso de esos dos elementos para que me eleven hacia donde ella está, para recordarle que es mi amiga.

Nuestra amistad se ha ido transformando con el tiempo. Ahora que ella ya es señorita trabajadora de tiempo completo ya no le queda mucho para babosear como antes lo hacíamos. Pero igual la quiero. Así sucede. Nos transformamos, pero en la metamorfosis siempre quedarán los amigos para reconocer en nuestros ojos las huellas del pasado, de lo que nos ha transformado en presente.

jueves, 23 de abril de 2009

El Mago

Conocí a este mago que ha venido a transformar mi vida en la universidad. La verdad me burlaba de su suetercito rojo, y me caía mal la amiga con la que se juntaba, así que mi descubrimiento se aplazó hasta que acabó primer semestre y entramos a prácticas profesionales de prensa.

De pronto un día me dijo que tenía ganas de trabajar conmigo. Se lo pedimos al profesor y en la segunda parte de las prácticas nos puso a trabajar en la sección de Cultura. Ahí sucedió. Si José Luis López tuvo varios aciertos en mi educación, definitivamente el más relevante fue habernos concedido el deseo de quedar juntos. Fuimos juntos a recorrer las calles del Centro Histórico, buscando las historias de los edificios. Después regresamos y nos subimos a la azotea de un edificio para fotografiar otro. Y de ahí me volví loca por él.

Es un mago. Cuando estamos juntos me convierte en alegría. Este amigo mío vive la vida loca y no mamadas (jajajaja, una expresión muy suya), y me encanta que me comparta un poquito de esa locura que lo hace tan excepcional.

Con Mario todo se convierte en anécdota. Tengo una en particular que me fascina y que, de hecho, he escrito aquí: amanecer en su coche, cantando "Bésame la boca" y otras canciones, mientras en Reforma veíamos cómo nacía el Sol. Cuando me vaya de aquí, quiero recordar esta ciudad con el amor que él le tiene, quiero acordarme de la metamorfosis de este lugar cuando él está cerca.

Hace poco leí un cuento sobre un hombre que hace ilusiones sensitivas con la mente. Recrea lugares maravillosos, y quienes lo rodean pueden percibir todas las sensaciones propias de esos lugares. No importa dónde esté, Mario recrea un paisaje brillante de colores vivos (tonalidades rojas, sobre todo), de olores agridulces y gustos salados, como su piel perfecta.

Amo todas estas contradicciones que lo hacen ser él mismo. Me encanta bailar con él "When I grow up", tanto que se ha convertido una de mis canciones favoritas del momento, porque me recuerda a él.

He is one of my favorites. Está en el top de amistad, de confianza, porque cuando lo veo siento que me reconoce y me quiere tal cual soy. Con él soy encimosa, lo abrazo, tomo su mano, porque él es permisivo y su personalidad me invita a ser así.

Mario y Mago riman. Una vez más, él es el ejemplo perfecto de que los nombres son cruciales en la formación de un ser humano. Mario Mago. Mago. El mago de mi vida.

miércoles, 22 de abril de 2009

Mi Chryts

Si ya he hablado de que tuve la peor jefa del mundo, tengo que ser justa y hablar del mejor compañero de trabajo. En realidad, así honestamente y en retrospectiva, me dolió dejar Novartis porque me dolió dejar a mi amigo entrañable ahí.

No me perdona que no me acuerde de él. Teníamos una amiga en común y ya nos habíamos visto en alguna ocasión. Después fuimos a hacer entrevista el mismo día, y yo lo veía con reservas porque creí que era mi competencia. Entró a trabajar después que yo. Una semana o algo así. Me sentí tan feliz porque ya tenía con quien comer. Con quien hablar. Él, sin embargo, no habló mucho la primera vez. Me desanimó. Creí que mi estancia como becaria me destinaría al silencio.

Después se le soltó la boca. ¿Quién lo viera tan platicador? Es una persona con quien es súper fácil encariñarse. Su andar pausado, su risa escandalosa y sus ojos enmarcados provocan ternura. Al menos a mí me provocaron muchísima. De pronto hablábamos todo el tiempo. Y si no podíamos, porque estaban los consultores, y luego nuestra jefa detrás del vidrio, conversábamos por sametime. Si alguien se hubiera tomado la molestia de leer nuestras largas charlas, seguramente me habrían corrido antes del año y medio.

Me encantó que rompiera el hielo. Como en otras relaciones que he entablado con miembros del género masculino, de pronto se le olvidó que yo soy mujer. Quien diga que eso es una falta de respeto miente. Chrys nunca me ha faltado al respeto y la barrera del género quedó atrás hace mucho, mucho tiempo.

Pasábamos juntos muchas horas del día. Cuando ambos acabamos la escuela, pasamos más horas todavía. La boca se me suelta más que de costumbre cuando estoy con él. El semáforo de la aduana de mi mente siempre está en verde cuando platicamos. Y parece que el de él también. Gracias a eso tenemos anécdotas como "Que le regalen un MEGÁFONO", "Directora, hasta eso me vi educado, le dije SÍ, POR FAVOR"... perdimos cámaras, contestamos mamadas a los MPs de la compañía, nos cubríamos las espaldas, jodíamos a nuestra jefa porque nos llevábamos bien.

Me aguantó todo: desde mi música hasta mis berrinches, mis llantos en frente de la computadora. Me prestó su celular para marcar incansablemente a ver si aquel Shimamoto atendía mi llamada. Luego me gustó alguien del trabajo, y por mucho tiempo él fue el único que lo supo. Y después dejó de ser una amistad laboral. El trabajo nos unió y el tiempo nos hizo más cercanos. Luego fuimos a las convenciones de cómics juntos (él dice que no es geek, pero no podía esperar a que salieran los capítulos del Hades de los Caballeros del Zodiaco), al centro Woody Allen, y lo lleve a mi graduación.

Siempre está ahí, en las buenas y en las malas. Es un TIPAZO. Es único e irrepetible. Sincero hasta la madre, directo también. Me aventaba al ruedo cada vez que había que pelearnos con la jefa, como si yo fuera el perro y él se encargara de llevar las apuestas.

Fumamos, reímos, lloré, sentimos, padecimos con el otro, nos torturaron psicológicamente por año y medio, pendejeamos a los demás, criticamos a los demás, nos quejamos, volvíamos a fumar, peinábamos el comedor en busca de nuevas adquisiciones, comíamos, bebíamos, nos desvelábamos, platicaba conmigo, platicaba con él, nos quejábamos de otros amigos, chismeábamos, nos cortábamos el cabello juntos, broméabamos, hacíamos, deshacíamos, mejoramos la intranet (mejoramos, jajaja), editábamos videos, hacíamos contenidos, mandábamos la revista (guiño guiño), enviábamos boletines (sigo odiándolos), recolectábamos dinero, gastábamos en el snack, nos molestaba la burocracia, sacábamos copias, escuchábamos música, cantábamos a Metallica, El Triste (versión OTI, porque el grito no tiene madre), el soundtrack de Old Boy (el disparo), sufrimos a nuestros Shimamotos, acabamos la escuela, gritábamos, nos callaba la jefa, nos regañaba juntos, nos enojábamos con ella, llevamos el departamento de Comunicación Interna, editábamos fotografías, mentábamos madres, nos aconsejábamos (qué tal el Director Médico), éramos parte de nuestro PEP particular, en donde yo era la Directora y él el CFO, montamos una exposición (lo que el viento se llevó), tomábamos fotografías (cuando había cámaras), recogíamos encuestas, leímos Mira si yo te querré, tomamos café, nos divertimos, nos hicimos amigos.

¿Qué más me falta mi Chryts? Ah sí, LO MEJOR DE NOVARTIS fue haberte conocido.

martes, 21 de abril de 2009

Link

A pesar de que somos sociables por naturaleza, parece que esta humanidad también dicta que hay límites en la socialización con los demás. Es como si la confianza debiese tener un límite, porque uno nunca sabe cuándo lo van a traicionar, y ante la posibilidad parecería mejor no arriesgarse.

Confiar en otro es como amar: implica un riesgo que siempre valdrá la pena correr, aunque a veces seamos correspondidos y a veces no. A veces traicionan nuestros votos, sin embargo yo creo que, en cualquier caso, siempre será mejor creer en los demás.

Es gracias a ello que hoy puedo dar testimonio de la confianza infinita que he depositado en alguien. Hablo de mi mejor amigo, un tipo que tiene todos los elementos para serlo, que me conoce y a quien conozco, y con quien vivo una amistad absolutamente extraordinaria. Quizá es así porque está hecha de los siguientes ingredientes:

- Una taza grande de humor.
- Una taza de profundidad.
- Dos cucharadas de mundanidad.
- Una pizca de respeto.
- Media cucharada de ternura.
- 250 gramos de necedad.
- Toneladas de afecto.

Todo lo anterior resulta en una amistad llena de compromiso y confianza.

A veces no nos entendemos. Por más sensibilizados que estemos hacia el género opuesto, él sigue siendo hombre y yo sigo siendo mujer, y necesariamente existen diferencias por eso. Pero incluso “eso” me gusta de nuestra amistad. Me gusta sufrir cuando pienso que está enojado conmigo. Me gusta que los enojos sean, generalmente, por razones absurdas. Me gusta que se ponga celoso. Me gustan los momentos en que exponemos nuestras discrepancias de manera civilizada. Disfruto mucho la debilidad que tengo hacia él, y que provoca que en realidad sea imposible que me enoje. Me cae bien que me diga que me quiere solamente cuando es imperativo, pero que me lo demuestre todo el tiempo.

Me gusta hablar con él. De lo que sea. Escucharlo siempre es un placer. Darme cuenta de que tiene defectos es un alivio, y presenciar sus berrinches me parece todo un privilegio.

De verdad la amistad que tengo con él me sabe a una gran concesión que el tiempo me ha dado. Me gusta verlo a los ojos y que él vea los míos y que sepa que se refleja tal cual es, y que yo me reflejo tal como soy, por eso lo veo con tanto cariño. Con él no hay poses. No le interesan ni me interesan tampoco.

Aunque hay muchas cosas que puedo enumerar con respecto a su amistad, creo que todo se engloba en una frase muy sencilla pero con un trasfondo profundo y complejo: con él puedo ser. Ser, la acción de ser, aunque el verbo que ni siquiera está clasificado como uno de acción. Una de las metas de esta vida, ser como se es. Es tan complicado encontrar a alguien a quien le resulte tan sencillo ser, y que los demás sean a su lado. Y yo soy tan afortunada que lo tengo de mejor amigo.

Si pudiera dar un consejo a alguien sería que no se pierda la oportunidad de depositar su confianza, tal cual, en alguien, y de ser digno y objeto de la confianza de la otra persona. Le diría que caminar el sendero de la vida al lado de un amigo se vuelve una experiencia maravillosa porque es una compañía desinteresada. Es el puro gusto de que mi amigo también sea un testigo, y de ser, a su vez, testigo de su existencia.

Hay pocas cosas mejores que acumular anécdotas, que discutir por pendejadas, que crecer gracias a que alguien más te inspira de una manera completamente distinta a como inspira el ser amado. No hay algo mejor que conocer tan bien a alguien y seguirlo admirando.

En este trueque yo me he llevado la mejor parte: mi gran amigo, con quien tengo una amistad genuina, una amistad que es LA amistad, que me inspira a ser mejor todos los días para no defraudar su confianza. Ese amigo que me ha enseñado que ser siempre está bien.

Así de simple: gracias.

lunes, 20 de abril de 2009

Choquis

Él y yo somos parte de una relación que jamás pensé que sería tan fructífera. La primera vez que tuvimos contacto fue en cuarto de preparatoria. Era cumpleaños de un amigo mutuo y le habían planeado una fiesta sorpresa a la que los dos asistimos. No hablamos mucho pero bailamos -una canción ridícula en italiano en la que todos nos poníamos en fila, quedábamos frente a frente con el de adelante o el de atrás, el que no nos diera la espalda en ese momento, y nos movíamos hacia los costados, uno hacia la izquierda y el otro hacia la derecha, jamás los dos al mismo lado- y después nos veíamos en los pasillos y nos saludamos.

Le rompió el corazón a uno de mis amigos. Luego ese amigo me dijo que Choquis se había enojado porque yo sabía "su secreto". Así que fue en realidad hasta sexto de preparatoria cuando nos hicimos amigos. Todo pasó así: los dos entramos a área IV y nos tocó en el mismo salón, el 107. Además la lista jugó -una vez más- en nuestro favor: nos sentábamos muy cerca.

Con él siempre se siente calidez. A sus amigos de inmediato les abre las puertas de su casa y los trata como si fueran parte de su familia. Los incorpora en absolutamente todos los ámbitos de su vida: su familia, sus amigos, sus amores. Habla mucho. Después se preocupa porque cree que ya aturdió su conversación. Nunca me aturde. Me gusta hablar con él. Me divierto. Me da risa. Me siento mal junto con él. Además, es un caballero. Siempre va por mí, me lleva, me trae, en fin, un tipazo que además me ayudó muchísimo cuando estuvimos en las malas en mi casa.

A veces nos peleamos. Y son peleas de comadres que se dejan de hablar y que se sienten y que son capaces de no felicitarse en las fechas importantes. Pero que en el fondo saben que ahí están. Mi Choquis es mi comadre. Me ha hablado feo, le he hablado horrible, pero no sucede cada veinte minutos y yo creo que pasa porque nos queremos y nos importamos. Y después, un día, a uno se le ocurre hablar y vamos a tomar café como si nada. Las explicaciones están de más. Él sabe que soy su amiga y yo sé que es mi amigo entrañable. Ése con el que salgo y me divierto muchísimo y con el que bailo hasta el cansancio el son que me pongan. Ése con el que vamos a hacer locuras y a llevar regalitos para conquistar al hombre, y que siempre tiene un diálogo de telenovela para contestarle a los demás.

Me encanta su trabajo, y su estilo, y sus problemas me preocupan tanto como me entretienen. Me gusta la sinceridad que maneja cuando me da un consejo. Me gusta cantar con él en el coche, pero sobre todo me gusta esta frase:

"Estaba yo en el antro, ya sabes, divina, en punta, sombrero, maquillaje..."

Y AMO a la Verito en Mala noche, no.

Te quiero mucho, amigo.

domingo, 19 de abril de 2009

Mary Love

Ya alguna vez había escrito una entrada sobre ella. Nos conocimos en quinto de preparatoria. Hubo varias coincidencias que dieron como resultado el momento de unión: las dos estábamos en el mismo salón, vivíamos muy cerca (seguimos viviendo súper cerca), y las cabezas de nuestras familias son mujeres.

Además, se interesaba muchísimo en lo que me sucedía, y yo le contaba con lujo de detalles mi vida amorosa. Parece burdo, pero cuánto determina el proceso de una amistad el hecho de que uno le cuente a otro sobre sus relaciones amorosas.

Nos sentaron una frente a la otra y, de tanto que platicábamos, la maestra de química (que además odiaba a María) terminó por sentarla pegada al pizarrón, sobre la tarima.

Nos hicimos íntimas. Me daba consejos y yo le daba consejos. Conocí a su familia y conoció a la mía. Nos cubríamos las espaldas. Luego las dos entramos a la universidad. A la misma. Incluso ella estuvo a punto de entrar a la misma carrera que yo. Seguimos siendo amigas. Le estaré eternamente agradecida porque me demostró que estaba conmigo cuando las malas lenguas me hicieron pedazos. Estuvo ahí en uno de los peores momentos de mi vida, pese a que la gente quería convencerla de lo contrario.

Tuvimos épocas difíciles, pero están superadas. Es muy interesante que la rutina cambie. Ya no hay regreso juntas en coche de la universidad a la colonia. Ya no estamos en la universidad y, efectivamente, las amistades que no se procuran se acaban. Últimamente comemos juntas. Nos vemos una vez cada dos semanas y nos actualizamos en una hora y media de comida. Polanco se ha convertdo en la sede de nuestra amistad.

Pero así es. Cada vez somos menos adolescentes y más adultas. Aunque nuestras responsabilidades siguen siendo con nosotras mismas, hemos visto cómo evolucionan. Sabemos adónde se dirige la otra. Nos conocemos. Seguimos creciendo juntas.

sábado, 18 de abril de 2009

Dante de Beatriz

Antes de avanzar con el recuento cronológico, quiero hacer mención de una persona más que forma parte de mi infancia y de la temprana adolescencia.

Nos conocimos cuando teníamos seis años. Nos tocó en el primero azul, con Miss Carmen y Miss María Luisa de maestras. Estoy segura de que no éramos amigos, pero en una presentación a padres de familia nuestras mamás usaban los mismos zapatos. Por eso lo recuerdo tan bien.

Cuando estábamos en sexto volvió a tocarnos en el mismo salón. Hicieron un expermento y nos mezclaron a mitad de año. Seguíamos sin hablarnos, sin embargo, a pesar de la presunción de aquellos que ya esa época se sienten personas cultas, los dos habíamos crecido juntos, en el entorno y con los mismos profesores y compañeros.

Después entramos a primero de secundaria. Ahí fusionaron a los dos salones de sexto de primaria, pero él no se quedó.

En tercero regresó. Entonces la indiferencia de primaria se convirtió en deseos de estar con el otro, en deseos de hablar de una y de escuchar de aquél.

En algún unto me sentí en un dilema entre él y mi profesor, porque los dos me gustaban.

Este "Dante" -a quien he llamado así por un asunto muy romántico- me hacía una invitación a conocerlo. Estaba implícita en sus acciones, y a mí me encantaba la idea de introducirme en su mente.

Aún ahora puedo afirmar que es la persona de miead más culta y más inteligente que he conocido. No tenía igual. Me halaga, por tanto, que le gustara escucharme. Yo era quien hablaba. Él disfrutaba la reflexión, el silencio y, según sus propias palabras, estar conmigo y escuchar lo que tenía que decir. Cada vez que le reclamaba su mutismo me contestaba: "Me gusta escuchar tu voz", y me deshacía su tono tierno.

La atracción era obvia. Pero también éramos muy amigos. Es una paradoja que se disfruta mucho más en esas épocas en las que esta clase de sentimientos son nuevos. Lo que había entre nosotros era completamente platónico.

De él no me quedó casi nada. Sólo un testimonio escrito de su cariño hacia mí (la única vez en que me manifestó sus sentimientos, y me regaló el mejor piropo que me han hecho) y muy buenos recuerdos.

Hace relativamente poco me enteré que se casó. Se dedica al ballet.

Es un recuerdo, un gran, gran recuerdo.

jueves, 16 de abril de 2009

Shimamoto

Amé muy mal. Lo digo sin temor a equivocarme, porque ya me equivoqué cuando amé mal. Lo peor fue que disfruté amar así. Me gustó padecer. Me gustó sufrir. De otro modo, ¿por qué habría seguido ahí?

Amar así cansa. Después de seis años y medio, si uno sigue enamorado, el amor ya está agotado, y amar cansado sigue siendo amar mal. Yo espero la tercera, porque la tercera es la vencida y quiero amar mejor.

Nos conocimos el primer día de la preparatoria. Yo esperaba a mi mamá afuera de la escuela y comía una congelada. Tenía la buena costumbre de hablar sola -buena porque en esos diálogos uno logra mayor profundidad en la introspección- y se cruzó en mi camino un tipo que creyó que le hablaba.

Mentiría si no admitiera que desde aquel instante me gustó. No me enamoré de él -eso pasó después-, pero de inmediato hubo algo que me atrajo, una fuerza invisible pero fácilmente perceptible -sí, es cacofónico, pero no tengo antojo de cambiarlo-. Algo. No sé si su altura o sus ojos o su voz. Me pareció amable y guapo y yo le resulté extraña, pero supongo que interesante puesto que siguió buscándome.

Debí haberme alejado cuando se burlaba de mí. Una vez, abiertamente me dijo fea. Y yo resistí. Me había pintado una telenovela mental en donde él, el protagonista, recapacitaba sobre querer a la fea de la amiga que vale más que las demás por su gran corazón.

Aquella relación acabó con mi autoestima, pero ahora que la veo en retrospectiva, yo sola acabé con ella por permitirme estar con alguien como él. No es mala persona, aún ahora, tantos años y tanto daño después, me atrevo a decir que no es mala persona. Sólo está muy confundido.

Yo, por mi parte, dejé mis sentimientos en ese pasado que viví con él. A veces pienso que es la última vez que amaré en lo que me queda de existencia. O que este amor será constante. Sólo que a veces ya me cansa. Después de haber escrito tanto sobre él, me parece que se me agotaron las ganas de seguir amándolo. El amor también es voluntad, y últimamente, después de tanto tiempo, la voluntad hacia el recuerdo empieza a extinguirse.

A él le deseo lo mejor. Le deseo una gran vida. De verdad quiero su bienestar. Quizá es la única parte del buen amor que me queda. La genuina intención de que él sea feliz. Quería que fuera feliz conmigo, pero aquello era imposible. Ninguno de los dos fuimos felices mientras estuvimos juntos. Juntos como amigos, o como quiera que se defina lo que éramos, porque la palabra jamás fue noviazgo.

Mientras estaba pensando qué escribir, qué escribir sobre él, pensé en anotar la siguiente frase: "Ha impactado mi vida como nadie más". Hoy creo que la aseveración es injusta. La realidad es que nos alejamos hace tanto que ahora somos personas completamente diferentes. Me queda muy claro el grado en que nos marcamos, tanto como para cambiar. Me queda muy clara también la influencia que ha tenido en mis decisiones, en mis sueños, en mis aspiraciones, pero no puedo seguir imponiéndole la carga de mi dolor ni de la amargura que me embargó desde el momento en que la terrible verdad me asestó un golpe bajo. Mejor que me di cuenta en esa época y no después. Mejor que las ilusiones y los planes se quedaron en eso y no se volvieron presente. Aunque, aún ahora lo digo de dientes para afuera, sé que algún día será en serio. Algún día dejaré atrás todo esto que, de vez en cuando, todavía me provoca el llanto.

Pero voy a terminar la idea. Es injusto decir que él es quien ha impactado más mi vida porque estaría diciendo mentiras. Hay gente que está aquí, todavía, no en una relación amorosa pero en otras cuyo equivalente es igual de maravilloso que sentir amor de pareja. Por eso tampoco lo puse al final del mes sentimental, como había decidido al principio. Porque no se merece el acto significativo. Claro que tiene que estar aquí. Pero en este lugar cronológico. Nada más.

Este post habla mucho más de mí que de él. Tampoco sé bien qué decir. Quizá la razón es que en realidad no queda nada.

A lo mejor ya está vetado también de este blog. Empieza a desaparecer de mi vida.

M de aMigo

Hace poco pensaba en que creí que nunca había retomado amistades del pasado, pero lo hice. Después de tres años -quizá dos y medio- de no hablar con él, Matuk y yo nos encontramos.

Nos conocimos en cuarto de prepa, igualmente porque las coincidencias y quienes armaban los salones decidieron que nos tocara en el mismo. Ahí estaba un niñote de uno noventa, macizo y de pestañas chinas que coronaban unos ojos coquetos.

No entendía bien qué quería decir. Me daba mucha risa que hablara tan rápido y con frenillo. Me acuerdo de que me compartió su gusto por la magia, generado a partir de Charmed.

El sí que ha sido un early adopter. Ama la música y la tecnología. Odiaba el CUM. Odiaba la formación marista y tampoco le había sido fácil estar ahí.

Eso lo supe cuando por fin le entendí. Entonces me daba risa lo que decia, no mis intentos fallidos por entenderle. Siempre ha sido celoso de sus cosas, por eso cuando estábamos en 6º de prepa mandó hacer un libro de las cosas que habían marcado su estancia en el CUM,y no nos lo enseñó (yo sólo alcancé a ver que estaba una fotografía de mi "boob izquierda", a la que siempre le ocurrían accidentes).

Las anécdotas consolidan el futuro, y con él hay millones de anécdotas: cuando estábamos jugando en los colchones del gimnasio y los castigaron sólo a él y a su mejor amigo porque los odiaba Mister México (el entrenador había participado en el certamen, y quedó de finalista). Cuando le pusieron agua de la llave a mi sandía, y yo decía que estaba muy jugosa. O cuando me imitaba porque me daban miedo las palomas, verdaderas y únicas dueñas del patio de la escuela. O incluso ahora, cuando recorrimos los alrededores del ITAM buscando algo especial.

En fin, cuando entramos a la universidad nuestros caminos se separaron. Mejor dicho, ninguno de los dos procuró la amistad. Sin embargo, volvimos a encontrarnos. No hablamos mucho pero hablamos bien. Me río muchísimo cuando estoy con él. ¡Qué importante es la risa en una relación!

Matuk odiaba el CUM, pero mi estancia ahí no hubiera sido tan buena sin él.

lunes, 13 de abril de 2009

Ninfa

Fue gracias a la clase de inglés nos conocimos Estábamos en cuarto de preparatoria. Entrábamos a un mundo nuevo cuando la conocí. Nos tocó en el mismo salón, el 308 y 50 y tantos alumnos que se sentían grandes. Su apellido empieza con B y el mío con R. Simplemente no era lógico que nos conociéramos. Sin embargo lo hicimos. Nos colocaron en avanzados cuando realizamos el examen de inglés, y el maestro (un gordo lividinoso de quien algún día hablaré, cuando haga el mes de la gente desagradable) nos acomodó en orden distinto a la lista de asistencia y entonces nos tocó juntas, me tocó el asiento junto a la niña llorona tan llorona como yo, a quien le enseñé un texto mío y se puso a llorar, y que en esa época estaba escribiendo una novela con dos amigas más.

Gracias a su llanto nos hicimos amigas, muy buenas amigas, de ésas que una sabe que serán para siempre, porque para siempre ya empezó y ella sigue aquí. Siempre fue una amistad rara: no necesitábamos procurarnos mucho para saber que somos amigas. Cuando hablamos decimos groserías, así es como nos gusta hablar, como si fuéramos carretoneros, con ella se me suelta la lengua más que con los demás. Amo que, cuando tiene que decirme alguna novedad, empiece siempre así: "Weeey, ¿qué crees?"

Luego me dice Charbelón. Me da risa que me llame así। y yo le digo de una manera ofensiva (remítanse a las historias del metro) y le da risa. La quiero muchísimo। Siempre tiene buena cara y aunque es súper intensa siempre aconseja a los demás que se relajen. Cada vez que la veo, me duele el estómagode tanta risa. Cuando estoy con ella, nos burlamos de que las dos somos tan distraídas y simplonas, y eso hace que nos disfrutemos mucho más. Cuando estoy con ella el verbo disfrutar adquiere un significado distinto. Cuando estoy con ella me sabe a fruta fresca. Así como los "fr" se sienten bien en la boca cuando unos los pronuncia, su amistad me sabe fresca, me sabe a fruta.

Siempre debrayamos y es como si la ninfa y yo regresáramos a la niñez. Y la niñez se siente tan bien. No importa lo que digamos, el punto es sentir, sentir como si se nos fuera la vida en ello. Como si no hubiera más. Toda esa intensidad me gusta, me hace sentir viva. La ninfa me contagia de energía y de sus ganas de vivir. Por cierto, no entiendo tanta intensidad de que no intenseemos si eso es lo que te hace ser tú.

También hay días en los que no somos tan simples. Hay días complicados en los que hay que hablar de cosas de adultos. Y ahí estamos, quitándonos el traje de niñas y tomando café en el jarocho para discutir temas serios que indican que ya crecimos. Y ella me escucha y yo la escucho, y nos debemos la honestidad de dos niñas que juegan juntas y que son amigas. Entonces el "Weeey, ¿qué crees?" se convierte en "Weeey, no la cagues" y siento toda su sinceridad y todo el yugo de la verdad en ese"No la cagues". Y, si ella me lo dice, seguro es cierto porque confío ciegamente en lo que sostiene. Seguro la estoy cagando. Pero, cuando uno la caga, se siente bien que lo digan así, con tanta franqueza, como sé que, francamente, ella está ahí, incondicionalmente, esperando que las cosas pasen para volver a jugar en el bosque, como ninfas... bueno, ella es la ninfa, el maravilloso ser mitológico a quien me encontré un día, un día que andaba por el bosque.

Benditas coincidencias

sábado, 11 de abril de 2009

La señora María Luisa

Nunca ha pronunciado bien mi nombre. No es que no se lo sepa, lo conoce perfectamente bien, es que no se le pega la gana. "Chabe". Soy Chabe. Siempre he sido Chabe y siempre seré Chabe para ella. Cuando cumplí 15 años, la señora María Luisa me regaló una esclava de oro. Aquel gesto me conmovió hasta las lágrimas.

La señora María Luisa es prácticamente mi nana. Durante todos estos años (ni siquiera sé a ciencia cierta cuántos, tal vez entre 14 y 16), la señora nos ha visto crecer. Ha estado con mi familia en los peores momentos, en los mejores, siempre de manera incondicional.

Es como Dorian Gray, parece que no envejece. Siempre se ha visto igual, siempre ha hablado igual, siempre ha sido igual. No le para la boca. Empieza a hablar y no deja de hablar nunca. Me parece muy difícil decirle que no. No sé cómo. Me ve con sus ojos azul marino y me convence sin necesidad real de hacerlo. Se queja porque no le gusta cocinar, pero cocina. Se pelea con mi abuelo, pero si un día se pasa de la hora en la que normalmente llega, empieza a preguntarnos por él.

Nos queremos. El trabajo se convierte en un pretexto. Ella trabaja pero podría no hacerlo y no importaría. El cariño rebasa lo demás. Para mí, ella es más familia que algunos de los miembros de sangre. Ella se preocupa por nosotros como si fuéramos sus nietos, y seguramente nosotros nos preocupamos más que sus propios nietos.

María Luisa es como mi abuelita.

viernes, 10 de abril de 2009

D

Me he enamorado dos veces en la vida. Quisiera decir que alguna de las dos resultó bien, pero la realidad es que no. La primera, no obstante, corresponde a un amor platónico que de pronto aterrizó en el terreno de lo tangible.

Así es. Tenía 13 años y me enamoré de un "hombre" de 19 años, a quien contrataron en la escuela como profesor de inglés en la secundaria. El curso escolar comenzaba en agosto y él cumple años en septiembre, por lo que prácticamente eran siete años de diferencia de edad.

Durante una época me sentí correspondida. Incluso, durante algún tiempo, incluso sus palabras y sus acciones demostraban que de verdad me correspondía. Para mí, aquel tipo era un sueño hecho realidad: inteligente, guapo, divertido, culto, alto, profundo, y buscaba insistentemente mi compañía. Fue la primera vez que experimenté protección. Con él me sentía protegida. Me sentía segura. De pronto, me olvidé de todos los "niños" en los que me había fijado -como dos- para dedicarme completamente a esa nueva sensación. No me atrevía a llamarle amor, pero definitivamente estaba experimentándolo. Y aquello que había comenzado como un enamoramiento platónico estaba volviéndose realidad.

Me parecía el hombre perfecto. Me veía casada con él. Además era atento, y después un poco más atrevido. Me decía cosas maravillosas. Hablaba de mi belleza como si la hubiera estudiado lo suficiente para hacerse un experto. Teníamos planes. El maestro tenía planes con la alumna siete años menor que él. Yo lo había logrado, yo, así, sólo por ser como era, por verme como veía... como me veía él.

Y aquel amor también se volvió aprendizaje. Todo tipo de aprendizaje. Aprendí a querer. Aprendí a quererme. Aprendí cuán peligroso puede ser el tacto y la magnitud de un roce de labios. Aprendí muchas cosas que, sólo lo sabría después, me marcaron.

Y también aprendí que, a veces, el amor duele. Aprendí que cuando uno ama, se convierte en una persona vulnerable, y que cuando nos aman, nos convertimos en guardianes de la vulnerabilidad del otro, ¡y qué fácil podemos lastimar a los demás!

Por primera vez, a mis 15 años ya en esas épocas, supe que el amor me podía convertir en una persona celosa, celosa y cruel. Que no estaba exenta de herir, de herirme con tanta intensidad, con tanta niñería.

Y, como la esencia de aquella relación había establecido, se acabó. No voy a entrar en detalles, pero me desengañé de dos años de amor. El primer amor, al fin, dio paso al primer desamor.

Tengo un amigo que dice que se le llora más a los vivos que a los muertos, y con el recuerdo de mis lágrimas viene esta frase a mi cabeza. Aunque ya era muy llorona, no recuerdo haber llorado tanto por alguien, hasta que lloré por él, por la pérdida, por el dolor. Para cuando concluyó, yo ya estaba en la preparatoria. Los años de secundaria habían quedado atrás, y tal parecía que el final de mis relaciones con el profesor marcaba también el final de una época de oro que me había preparado para el mundo grande, para las ligas mayores. Para el CUM.

Me enamoré por segunda vez poco tiempo después de que me desenamoré por primera. Pero fue tal el impacto que enterré en mi memoria aquellas vivencias amorosoas de la secundaria.

En el primero ni quise más ni quise mejor. Sólo quise. Por momentos sentí correspondencia. Y ahora creo que el sentimiento se merece que lo desempolve de la memoria, para hacerlo una entrada en el blog

jueves, 9 de abril de 2009

Aaaaaiiiiimmmmmeeeeeeeeeeeeeee

Dicen que los amigos son la familia que uno escoge. Pues bien, estoy de acuerdo. Estoy de acuerdo con que, muchas veces, esa familia elegida sabe mucho más de nosotros que aquellos que nos criaron y nos trajeron al mundo. Es más sencillo conocerlos y dejar que nos conozcan. No sé si se debe justamente a esa decisión, o a la afinidad de nuestras personalidades, o tal vez a la época en la que nacimos. Pero así es.

Ella es miembro de mi familia desde hace muchos años. Nos conocimos porque su hermana iba en el transporte escolar conmigo, y luego me invitó a la fiesta de cumpleaños de la menor, Aimé. Nos caímos mal ese día: sus amigas y ella mal interpretaron mis palabras, y me contestaron. Si no hubiera sido por Lupita, la tía, quizá habríamos seguido de pleito y no nos habríamos hecho amigas, pero ella nos dijo que nos pusiéramos a jugar, y la obedecimos.

Para la secundaria, Aimé fue trasladada al CIEB y nos tocó en el mismo salón. No nos llevábamos tan bien, pero la amistad ya comenzaba a gestarse.

Conozco a su hermanito, Andrés, desde que estaba en el vientre materno. Lo quiero muchísimo, como si también fuera mi hermanito, y él siempre me invita a jugar Halo con él. Desde que entramos al jazz juntas, nuestra amistad se siente muy cotidiana, muy natural, muy fresca. Creo que con nadie más se cumple tanto la frase "mi casa es tu casa", como con ella. Yo vi sus cambios de fresa a punk, y luego a rockera y ahora al híbrido al que pertenece. Fuimos juntas a ver a Garbage, sólo porque nos gustaba una canción y no queríamos perdérnosla. Me invitó a sus XV años y, cada año, me invitan a la fiesta que le organizan a Andresito. Soy amiga también de su hermana, Tania, somos familia.

Aimé y yo tenemos un camino recorrido y otro tramo por recorrer. No importan las distancias, porque podemos estar mucho tiempo sin hablar y sin saber de la otra, pero nunca dejamos de procurarnos. Admiro en lo que se ha convertido, quizá un poco más porque he estado con ella todos estos años, desde el momento en que sólo teníamos sueños, al ahora en que pensamos más seriamente en realizarlos. Nos acompañamos. Por más que la otra no esté de acuerdo y haya una discusión al respecto de ello, seguimos estando ahí, incondicionalmente.

Es una relación de amistad tan normal y sencilla que se agradece. Existe muchísima confianza, tanta como para regañarnos, aplaudirnos, para ser nosotras en cualquier circunstancia. Eso es lo que lo hace tan fresca.

miércoles, 8 de abril de 2009

La nena

Había una vez una mujer llamada Carmen. Su nombre era sencillo y bonito. Y ella era una mujer sencilla y hermosa también. Tuvo a su primera y única hija cuando tan sólo contaba con 19 años de edad, y desde entonces se convirtió en una mujer independiente que salió adelante sola, porque su marido se divorció de ella como de otras varias más.

Le decían "La nena". De facciones exquisitas, cabello chino y piel blanca, La nena fue secretaria. Sé muy poco de su vida, pero estoy segura de que era una princesa de cuentos de hadas.

Cuando yo llegué al mundo La nena me consintió como nadie. Dormía las tardes en su regazo, después de que me leía cuentos. Me encantaba que me leyera. Es una pena que ya no recuerde su voz, pero recuerdo la sensación de paz que ésta me provocaba. Recuerdo su delantal y recuerdo su sazón. Diario me preguntaba qué quería comer. Cuando aprendí a hablar le contestaba, y cuando regresaba de la escuela olía el delicioso aroma de las mojarras, o del pollo.

Pienso en ella y de pronto la imagen que evoco está llena de luz. Era como si todo a su alrededor se encendiera con su presencia. Yo sólo la vi con el cabello completamente blanco, el cuerpo rollizo y el paso lento. Tranquila, siempre tranquila. Leyéndome, y cuando yo aprendí a leer, leyéndole, arrullándola para que se quedara dormida.

Mi tía abuela se murió dormida. De un día para otro ya no despertó. Yo acababa de cumplir siete años. Me enteré un mes después. A mi hermano y a mí nos dijeron que estaba en el hospital.

Un día mi mamá nos llevó a la feria conmemorativa de alguna virgen, no sé de cuál. Estábamos en misa y, cuando llegó el momento de rezar, mi hermano y yo dijimos que queríamos rezar para que mi tía regresara pronto del hospital. Ahí fue. No hubo más remedio. Nos dijeron que estaba muerta.

También recuerdo mucho cuánto la lloré. Recuerdo que tomaba los libros que leía con ella para evocarla. A lo mejor, si deseaba mucho que ella llegara a leerme un cuento, aquel Dios del que ya dudaba, me la regresaría. Se lo pedí muchísimo pero fue inútil. La nena ya no estaba. Nunca más volvería a probar su sazón rico, sus pescaditos con ojos, ni volvería a oler su piel que me sabía a hogar. Pero dejó huella. Una huella hondísima. Ahora, siempre que leo, me parece que es su voz la que resuena en mi mente.

martes, 7 de abril de 2009

Ojazos

La verdadera magia que encierran los seres humanos es impresionante. La magia que, desde el principio, han encerrado los ojos más grandes que he visto en mi vida, me pareció todavía más impresionante, porque salió del mismo lugar de donde yo provine.

Hay un par de fotografías en las que yo, de apenas un año y medio, miro con ternura a un bebé de tez clara, cabello parado y unos ojos oscuros verdaderamente gigantescos. Un bebé que me mira con sorpresa, que en algunas otras fotografías llora. Sé perfectamente que la niña -que era un bebé también- está maravillada con ese ser tan pequeñito a quien llaman Bruno. Breve, así como su nombre, pequeñito, con los ojos más grandes que he visto en mi vida, con la nariz delgadita, mi mamá cree que no respira bien. Pero sí respira. Yo sé que respira porque tiene los ojos muy abiertos y temblorosos por el miedo que este mundo le causa. Todavía no habla, pero parece que no tiene que hacerlo porque observa, observa y expresa con la mirada.

Sus piernitas son tan gorditas y cortitas, y tan blancas y suavecitas, que es imposible que alguien no sienta ternura de verlo. Desde bebé se nota que habrá que ganárselo, que a él no le satisfacen esas fiestas absurdas que le hacen a los bebés sólo porque son bebés. Él necesita más. Quiere más. Quiere comerse al mundo con esa boquita que cuando crezca se hará una bocota con el labio inferior belfo.

Me da ternura. Me inspira muchísimo amor y me sorprende. Sí, de verdad los dos salimos del mismo lugar. Del mismo vientre. ¿Entonces por qué somos tan distintos? Él es blanco y yo soy morenita, él es niño y yo soy niña. Él es mucho más delicado. Yo soy más grande. La mayor. De inmediato siento la necesidad de protegerlo. Una necesidad que no ha cambiado pero que ahora, cuando estamos más grande, supongo que él también experimenta. Pero en primaria soy yo quien lo protege. Él es pacífico. Y está gordito y parece una ardillita. Sus cachetitos han ocultado un poco sus enormes ojos. Pero los sigo viendo. Como veo sus pasos firmes y aguanto sus pasos cansados. Yo soy más alta que él. Pero ya no. Ya me rebasó. Es decir que era más alta que él. Ahora él es más alto. Como 15 centímetros más alto. Y flaco. Yo sigo engordando y él bajó de peso. Y otra vez encontré sus ojos. Otra vez los miro y me inspiran tantas cosas, pero sobre todo me inspiran curiosidad, porque los dos hemos crecido y somos hermanos, él es mi hermanito, y los dos salimos del mismo vientre y con él hicieron magia, y somos tan, tan diferentes.

domingo, 5 de abril de 2009

De ahí vengo

Es cierto que hay personas a quienes envejecer les sienta de maravilla. A este señor encorvado, rosado y redondo, le va muy bien la vejez. Él siempre se queja de sus achaques, pero cuando va al doctor, éste lo felicita y se sorprende de que a sus casi 77 años, posea tal condición física, sobre todo porque empezó a fumar cuando tenía nueve años de edad.

Mi abuelo es un hombre lleno de contrastes: por un lado le fascina el control, que le digamos lo que platicamos entre nosotros, aunque no sepa bien de lo que hablamos, pero no le gusta hablar de sus cosas. Es súper explosivo pero casi no se enoja. No tiene tacto, pero tampoco le gusta que lo traten sin él. Uno de los episodios tragicómicos de mi vida es con él y mi mamá.

Es adicto al cigarrillo tanto como es adicto al futbol. No se pierde el torneo nacional. Es el típico hombre que le grita a la televisión, como si ésta, a su vez, transmitiera que el árbitro es un pendejo, que Hugo Sánchez es un comemierda cazafortunas malinchista, y los comentaristas son absolutamente parciales, pero ahí está viendo al América jugar (aunque es archienemigo), escucha a los comentaristas y lee el periódico deportivo para refutar las estupideces que dicen los demás.

Y es que, para él, todos los demás están equivocados. Él tiene la razón. Siempre. Es necio por convicción. Más de una vez ha pasado que algún otro miembro de la familia va al cine, y cuando le dice el argumento de la película, él contesta que ya la vio. No hay poder humano que lo convenza de lo contrario. Y lo dice tan seguro, que por un momento parece que la verdad empieza en sus palabras, y se agota en lo que desconoce.

Siempre trabajó. Desde que cumplió nueve años. Su padre se murió cuando él tenía siete y toda la familia, que constaba de doce hermanos más y la madre, inmigró al D.F. en busca de mejores oportunidades. Y sin embargo, el corazón de mi abuelo está en Zamora, Michoacán. Uno juraría que vivió ahí toda su vida, y no apenas el principio.

Es un simplón. Se ríe de todo. Se exaspera por todo. Me regaña cuando me está felicitando. Me felicita cuando me regaña. Va al VIP's diario, porque en la barra se encuentra con otros viudos o viudas que también desayunan ahí todos los días. Se queja de la señora de la limpieza, pero si algún día decidiéramos decirle que se fuera, él se iría con ella y, también, como es tradición en casa, le fascina el drama.

A pesar de todo, de la brecha generacional y de las cosas que nos exasperan sobre el otro, es con quien mejor me llevo en mi casa. Sus quejas constantes me llenan el corazón de ternura. Su pasión por el futbol me lleva a sentarme con él, de vez en cuando, a ver los partidos televisados. Me gusta escucharlo hablar de la extraordinaria historia de cuando huyó de su casa y trabajó un año en Oaxaca en unos cafetales. Pero, lo que más me gusta, es evocar el recuerdo que tengo de la infancia, uno de él y mi abuela abrazados...

De ahí vengo

sábado, 4 de abril de 2009

La mujer maravilla

Tenemos 23 años y siete meses de conocernos. En mi memoria no están todos los días, ni todos los meses, ni todos los años, pero en la de ella sí. Se acuerda perfectamente de cuando me llevó a la playa envuelta en un saco de líquidos y cobijada con su carne, con su piel.

Me conoce tanto, aún antes que yo misma, que decidió nombrarme así como me llamo. Que decidió quererme con la certeza de que yo todavía no la quería, porque no sabía cómo querer a nadie. Primero me crió acompañada del señor que estaba a su lado y que, me dijeron, se llamaba padre. Después, cuando la vida nos quitó ese privilegio, trabajó y trabajó arduo mientras mi hermano y yo crecíamos entre el olor a tabaco y perfume de la casa de mis abuelos.

De ella heredé los ojos grandes y la nariz chata. También esta sensibilidad excesiva que, desde que adquirí conciencia, me hacía llorar cada vez que en los recitales escolares me ponían a cantar "Señora", y cuando me ganaba la vergüenza de que, una vez más, estaba llorando por cualquier cosa, la miraba para darme cuenta de que ella también derramaba lágrimas.

Cuando mi papá faltó también a ella le cantaba "Hoy tengo que decirte papá...", porque automáticamente ella se convirtió en ambos, una especie de quimera madre/padre.

Jamás me limitó la lectura. En mi casa había un gran librero -grande para una niña de cinco años- y yo podía elegir qué leer, sin importar cuánto la criticaran porque a muy corta edad leí Romeo y Julieta o Los cachorros. No entendía nada, pero ella me dejaba.

Si decidí ser escritora fue, en alguna medida, por su influencia: desde que aprendí a escribir me regalaba diarios que todo mundo leía excepto ella. Siempre ha respetado mi intimidad. Siempre, así lo que tuviera que platicar eran las cuentas que a ella le rendían en la escuela, o las numerosas ocasiones en las que me caí de los columpios y me raspé las rodillas, o más grande contara mis idilios amorosos.

Luego, cuando aquella decisión de escribir fue seria, me apoyó incondicionalmente: a los doce años me inscribió a un taller de cuento. Abordábamos temas que yo todavía no entendía, pero ahora que reviso esas conversaciones entiendo por qué las sostuvo.

Por coincidencias extraordinarias, ella estuvo en el preciso momento en el que me rompieron el corazón por primera vez. Padeció conmigo cada una de mis lágrimas. Me dejó sentir. Era algo que tenía que vivir y respetó mi espacio y me dejó sentirlo. Me dejó adolecer. Fue la única que entendió que en la pubertad uno no se soporta a sí mismo.

Me castigó cuando tuvo que hacerlo. Cuando me suspendieron por acciones nimias ahora, pero que en aquel momento eran muy importantes. Tuvo la paciencia para ir cada semana a la escuela, porque era tan traviesa que la mandaban llamar para acusarme con ella.

Éramos cómplices. Ella sabía todo de mí. Yo confiaba ciegamente en ella porque me dejaba tomar mis propias decisiones. Me dejó cortarme la larga cabellera cuando cumplí seis años. Vestirme como hombre cuando tenía once y me acomplejaban los cambios en mi cuerpo. Me dejó decidir. Me enseñó a decidir desde el primer momento en que hice mis propias elecciones.

Nos hemos distanciado un poco. No siempre lo que decido es lo mejor para mí ni lo que a ella le parece más seguro. Pero me sigue dejando. Sigue mis pasos, ya no para levantarme si me caigo, sino para que yo sepa que está ahí, echándome porras, cada vez que me caigo y me raspo. Es mi mejor ejemplo a seguir: el de la fuerza de voluntad, la perseverancia y la templanza. La vida la ha tirado muchas veces y, aunque se tome su tiempo, se levanta más fuerte que la vez anterior.

Creo que la diferencia es que mis ojos la ven como quien es: un ser humano. Mi mirada se ha transformado de la súper heroína que veía. Pero ella no ha dejado de ser la Mujer Maravilla, es simplemente que maravilloso no excluye imperfección. De hecho, es justo el equilibrio el que hace a alguien grande, así como lo que hace a un valiente, es justamente el miedo.

viernes, 3 de abril de 2009

Being sick

A nadie le gusta estar enfermo. Yo lo etuve combatiendo desde la semana pasada que me fui a Un Techo para mi país, pero ayer en la mañana me pescó. Todo empezó con el estómago, una ligera molestia que en minutos me impidió ir a trabajar. La cosa empeoró: a lo largo del día el estómago amainó un poco, pero empecé a sentir la garganta enferma y un dolor en el pecho espantoso.

Además, desde ayer tengo un dolor de cabeza que sólo se me olvida cuando estoy dormida, pero cuando despierto remonta, sin mencionar el dolor de huesos que también se ha apoderado de mí. Me siento débil, frustrada por los planes que la anunciada enfermedad me ha arruinado.

Me siento de la chingada.